domingo, 16 de junio de 2013

Las fantasias de las que estamos echos.

Hace no mucho que dejé de saber de aquella pequeña niña cuyo único objetivo en esta vida era hacer sonreír a los demás, era como una pequeña estrella de brillantes ojos verdes, sonrisa de oreja a oreja y trencitas en el pelo.
Hubo un tiempo, tal vez, que es niña pequeña siguió sabiendo de mi, aunque yo de ella no tanto como al principio.
Tal vez fue mi culpa, por no cuidarla, por no intentar hacer realidad sus sueños, por dejar que la suciedad sociedad la influyera y la hiciera perder valor.
Supongo que la abandone, pero ella no a mi.
Ella seguía mis pasos, cautelosa de no ser vista, como una sombra, intentando hacer lo que mejor se la daba, hacer sonreír.
Entonces, de vez en cuando se reencarnaba, en forma de música, de olas rompiendo contra la arena, en forma de copos de nieve, de colores, de vestidos, en forma de olores y lugares, de constelaciones y de nubes.
Nunca sabía donde se me iba a aparecer, aunque siempre negaba de su existencia siempre estaba deseando volverme a cruzar con ella, bailar con ella, cantar con ella, leerla un cuento, ver una peli de dibujos juntas mientras comíamos palomitas de colores; lo que fuera.
Esa niña pequeña era soy yo.
Lo descubrí el otro día, mientras me miraba al espejo, descubrí el brillo de unos ojos verdes desesperados por hacer felices a las personas que me rodeaban, como el relucir de las estrellas.
Si, me abandone, me cuide muy pocas veces y me deje de lado por lo que los demas decían, pero he aprendido algo.
Lo que nos definia de pequeños nos sigue definiendo ahora, da igual que cambien tus gustos o tus aficciones, da igual que haya un momento en tu vida en el que mires al pasado y pienses "¿Qué habrá sido de esa pequeña desconocida?", en lo más profundo de tu ser sabes que sigues siendo ella, que ella no es la desconocida, la desconocida eres tú.